miércoles, 29 de julio de 2015

Bronwyn, el Imposible Absoluto - GALERÍA: John Roddam-Spencer Stanhope





Un nombre estaba escrito sobre el agua,
fue dicho desde el agua, Bronwyn,
entre cienos y miedo a los abismos
bajo las grandes aves transparentes.
Con Bronwyn. Juan Eduardo Cirlot


Bronwyn, el Imposible Absoluto

.....Debe de ser el verano, su carga ociosa y desinhibida, ese tiempo de nonchalance en que la imaginación vuela más ligera que en ninguna otra época: el aire caliente la promueve y avala; estación dada al sopor y la ensoñación, propicia a la siesta del fauno... En verano Juan Eduardo Cirlot vio por primera vez a Bronwyn, fue en 1966, en Barcelona. Quizás el escritor, amante de lo medieval, coleccionista de espadas de época, se metiera en el cine de forma distraídamente intencionada. Y la sorpresa fue mayúscula, pues tras la apariencia de un film de serie B, honesto y aseado, se topó con todo un universo simbólico que él conocía bien y que estaba allí soberbiamente retratado: la religión y el paganismo, el Dios único y los dioses naturales, el combatiente cristianismo y la tradición céltica adoradora del árbol y la piedra; pero sobre todo se topó con algo que no esperaba: la mujer, y el amor irradiando de ella; un amor que lo acabaría iluminando durante años.

.....La película, El señor de la guerra (The War Lord, Franklin J. Schaffner, 1965), basada en la exitosa The Lovers, obra de teatro de Leslie Stevens, efectivamente, recrea el ambiente medieval del siglo XI con suma pulcritud y adecuación, tanto en lo formal —ambientación, vestuario, atrezzo— como en el contenido significativo —guión, diálogos, costumbres. Es la época en que el cristianismo lucha por llevar su doctrina y su fe a unas culturas aún imbuidas de creencias animistas, fundadas en las fuerzas naturales, a las que aquél tachara sin ambages de demoníacas. Si bien, en ocasiones, los encargados de catequizar a los paganos incurren en ciertos, más o menos inocentes, deslices identitarios con éstos, en vez de utilizar el fuego —de la palabra incendiaria— y el azufre —del temor a Dios, bajo la amenaza del infierno— para lograr sus totalitarios fines evangelizadores. El film, como ya hiciera de forma más explícita la obra dramática, cuenta el fatal —por lo que tiene de inevitable hado— y transformador amor que surge de forma imprevista y ardiente entre el nuevo Señor llegado a una marca fronteriza de la Normandía oriental y una muy bella aldeana (pastora de puercos —en lo que podría ser una clara alusión a Circe) pronta a contraer nupcias con, como es previsible, otro aldeano. El Señor —Charlton Heston— y la aldeana —Rosemary Forsyth— vivirán este amor irrenunciable con toda la credibilidad que aportan unas muy ajustadas interpretaciones. El nuevo Amo de la aldea, que tiene por nombre un majestuoso y sonoro Crisagón de la Cruz, que llega como piadoso vasallo y valioso brazo armado del duque de Gante a tomar posesión de tan lejano dominio, acabará inmolando su fe en el más imperioso altar del amor. Incluso será capaz de poner en entredicho su honor por gustar las mieles de un panal demasiado apetitoso, demasiado vital e imprescindible. Nada en el film es excesivo, nada siquiera alcanza la sombra de lo melodramático; el rigor y la contención es la norma, y con ellos nos gana a quienes demandamos algo más que una historia bien contada: un estímulo, un acicate, una excitación.

.....Y eso fue lo que le supuso a este singularísimo intelectual, crítico literario y musical, poeta y compositor frustrado: una excitación que lo conmovió hasta los cimientos, como un intenso terremoto cuyas réplicas se extenderían a lo largo de los seis años siguientes, y cuyo resultado, lejos de ser devastador, fue inopinadamente fértil y creativo: dieciséis breves libros de poemas (un poema en sí, cada uno), donde la conmoción sufrida por el amor brotado de las aguas en la persona de Browyn —una náyade intemporal y extemporánea— intentaría expresarse a través de todos los registros de su, tan polifónico, sentimiento.
.....Cirlot concibió y experimentó este amor, esta cósmica experiencia sentimental, como un imposible absoluto: un amor total, más allá de los límites del tiempo y ajeno a su devenir, a ese su despiadado designio destructivo. Un amor imposible por definición, por cuanto al escapar de las garras del tiempo, el ser humano, que está prendido inevitablemente en ellas, no podrá seguirlo ni cumplirse en su seno, más que como proyección, como anhelo, como deseo, que se traducirá en un constante renacer, en un incesante tender hacia, en un infatigable recrear lo real para intentar acercarse a él, a ese absoluto que se persigue y por el que uno se siente subyugado (como le sucederá a Crisagón, que optará por soslayar su rígido y mortecino deber para vivir un jubiloso renacer en brazos de quien, al mismo tiempo, supondrá su muerte, la de aquél que fuera antes de conocerla).

.....Al final, en el film —y en la obra de teatro—, se sugiere una casi segura muerte de Crisagon, que tras gozar del amor durante unos venturosos y efímeramente eternos días, y tras una feroz lucha con los frisones (a resultas de la cual dará muerte accidentalmente a su propio hermano), decide volver a ser quien fue —porque nunca podrá dejar de ser él mismo: el hombre noble y de honor que sin duda es— y buscar el perdón del duque de Gante, momento en que será herido de muerte (con una hoz, símbolo druídico; como queriendo expresar la victoria de las fuerzas de la naturaleza y del paganismo tan caro al mundo dionisíaco —valga el salto cultural y sacro) por el celoso esposo aldeano de su imposible amor (al que matará, a su vez, el fiel Bors, escudero y guardaespaldas de Crisagon). Bronwyn, no obstante, quedará a salvo regresando a su arcadia boreal, encomendada por Crisagon a los frisones con los que acaba reconciliándose. El imposible absoluto seguirá siéndolo tras un breve disfrute de su posibilidad (que si breve, será ya eterna, por vivida, a pesar de la muerte). La historia, tan bellamente narrada, nos expresará la subyacente imposibilidad del ser humano por enajenarse del tiempo, que es quien nos construye y nos destruye, para vivir en un paradisíaco estado prohibido: el que identifica y define a los dioses. Espléndido final que no da concesiones al happy end y sí a la fatalidad trágica del héroe que se atreve a asaltar los cielos.

.....¿Cómo es posible que pueda surgir tan arrebatado amor (platónico, pero no sólo), en un hombre ya en la cincuentena, al contemplar a una actriz en la pantalla del cine? Porque no se trata del mero enamoriscamiento que cualquier fan siente por una determinada actriz. No es este el caso, a pesar de que muchos son los amores surgidos de esta virtual manera (y teniendo como protagonistas igualmente a maduros y cultos caballeros, que se presumía serios y graves). El caso de Cirlot, si no único, es extraordinario, pues en él coincidieron, como en una tormenta tormenta perfecta, varias causas coadyuvantes: el simbolismo, el gusto por lo medieval, la belleza y, por supuesto, un íntimo anhelo que esperaba la ocasión para manifestarse.
.....No existe amor más grande ni con mayor capacidad de crecimiento que el que se ofrece como imposible. Y si, además, ese imposible es tan imposible, tan puro y enajenador que se concibe como absoluto —pues fuera de él no hay nada, y dentro uno es capaz de hallarlo todo—, capaz por tanto de derrotar incluso al tiempo, que se experimenta fuera del tiempo, y que, precisamente, por esta condición, uno mismo, al experimentarlo, se coloca también fuera del tiempo, no es de extrañar que quien así lo goza/padece se vuelque en él, se sumerja en sus cálidas pero peligrosas aguas y no quiera salir de su vértigo. A Cirlot le duró ese vértigo siete años, y al cabo de ellos había dejado tras de sí su obra más densa e importante, más caleidoscópica, más original. Allí el hombre, pero el poeta; allí el enamorado, pero el enajenado; allí el lúcido, pero el loco (de amor); allí el conquistador de nuevos territorios (poéticos), pero el ratón de biblioteca.

.....Que yo sepa, y mi ignorancia no significa nada, pues es más lo que ignoro que lo que sé (huelga decirlo), no hay un caso igual en la historia de la literatura: que surja un amor tal entre el creador y un ente de ficción. Esto significa, entre otras cosas, que el universo Cirlot, pese a forjarse en los círculos de las vanguardias artísticas (sobre todo el surrealismo y el simbolismo), era eminentemente romántico. Esta historia de amor exhala un penetrante e intenso aroma Becqueriano, despide un fuerte perfume a Rilke, a Goethe, a Novalis; incluso posee matices propios de Poe: el amor imposible que crece y crece hasta adueñarse de la vida del enamorado, una vida que puede significar la muerte para los demás —la muerte de aquél que era antes de caer fatalmente hechizado—, pero que para el sujeto paciente de amor es la más intensa vida que imaginarse pueda (pues que al fin y al cabo acaece en terrenos de la imaginación). Mas una vida enajenada de lo común y cotidiano, una vida fundada más allá de lo convencional (y nada hay más convencional que el tiempo), donde las referencias son otras, las necesidades distintas (aunque todas ellas lo serán en función del amor, así como las diversas materias comburentes de una hoguera lo serán en función de la llama que alimentan).
.....El Imposible Absoluto cuando es manifestación del amor, cuando se experimenta como pasión romántica, es el concepto más poderoso con que el ser humano puede toparse, el más decisivo y determinante. Miles de versos son la confirmación a este aserto, miles de versos con los cuales Cirlot intentó abarcar ese superlativo sentimiento, ese continuo renacer que mientras amaba sentía. Un sentimiento que venía a establecer puentes entre sus yoes disgregados, reuniéndolos de forma prodigiosa en una red de sentido compartido. Lo más extraordinario de experimentar un amor así, es que su voluptuosa virulencia es capaz de restañar la herida primordial, esa que sentimos como individuos desgajados, partes de un todo del que hemos sido arrojados, y lo hace de forma tan vívida que coloca al venturoso privilegiado en la frontera de la inmortalidad.





Selección de Poemas del ciclo Bronwyn
J. E. Cirlot

A la que renace de las aguas

Las huellas de tus dedos
no se ven en las torres.

Pero yo leo sin descanso, en la soledad de la ermita junto al mar
los antiguos signos en donde tú estuviste hacia el año mil,
por los bosques, los pantanos, las ramas y las hojas, la arcilla pisada.

Dentro del corazón está la muerte
como una runa blanca de ceniza.

Acércate por el campo blanco o por el verde campo o por el campo negro, pero ven.

Detente ante la tumba
donde los dos estamos.

*

Este sonido triste que solloza
es mi espada románica que piensa.

Mi corazón oscuro la acompaña.

*

Yo soy un ser humano a pesar mío.

El espacio plateado de mi espíritu
penetra en el espacio gris del mundo.

¿Hasta cuándo?

*

Las hierbas son tan rubias como tú
lejos de la ceniza que me aleja
para siempre sin hierro.

La muerte es el pantano de las cruces,
Bronwyn.


Alucinante luz en que la luna
une la encina blanca desde el cieno
al cielo donde el hielo resplandece
azul en un silencio alucinado.
Bronwyn,
enciende la llanura con tu voz.

*

Que las orquestas ciegas del martirio
acaben con los bosques, y los fuegos
de este incendio final, sacramentario.

Bronwyn,
si no puedo ser tú, si no podemos ser ángel,
¿por qué la niebla es gris sobre el mar gris?

*

Piedras como rodillas tibias,
hierbas como cabellos rubios,
cielos como brazos de cielos.

Nace el amanecer como lo negro.
En las miradas siempre vuela el nunca.

*

Las ruinas de las runas en la roca
hablan de que yo estuve en este mundo,
donde el mar y la tierra de las nieblas
se funden y confunden.

La vida era una ausencia inagotable,
un laberinto de serpientes grises,
un pantano de rosas tenebrosas.


Toma mi oscuro anillo inmemorial.

Mi armadura deshecha se deshace
y de sus mallas muertas salen fuegos
azules, Bronwyn; puedo verlos, tiemblan.

Tiro el guante de hierro, soy tu siervo.
El mar que me acompaña por un mar
de sombra se deshace en el vacío.

Estoy cansado de estar muerto y ser.

.
*

Muerdo los sentimientos en el muérdago.
Mi espíritu está solo entre las hierbas.

Los demonios me buscan por los campos,
se disputan mi espada, mi armadura,
mis manos, mi cabeza, mis entrañas.

Mis hogueras de hierro se amontonan
y mis restos oscuros aún humean.

Me acaban de matar,
miro hacia donde vi tu aparición
hace mil años ya; pero la sangre
aún sale de mi boca.


*

Se acercan las doradas procesiones
que grabarán mi cuerpo en una losa.

Déjame contemplarte todavía,
mientras mis ojos cambian de función
convirtiéndose en música azulada.

Bronwyn, el horizonte es una casa:
(la imagen incendiada de una casa).



Nunca he tocado nada de lo que 
tú eres.

Estás como una idea en un instante 
puro.

Clara en tu firmamento de firmeza
blanca.

Desnuda Bronwyn, llámame, ya voy;
caigo.

.
*

Mensajera del más allá, tú vienes
con forma de mujer, pero el abismo
se cierne junto a ti tan dulcemente.

Bronwyn,
constelaciones pálidas esperan
en medio de otros cielos con tu luz.



Bronwyn, mi corazón,
si nunca has existido eres posible
porque la realidad es muerte viva.

Bronwyn, mi corazón,
tócame con tu nada y con tu nunca.

*

No siendo estás aquí junto a mi centro
de hierros desatados,
de distancias dispersas como el humo.

No siendo eres tan mía como yo.
Más mía, pues tu luz sobre mi niebla
vive.

*

Es tu dorada luz, aire lejano
lo que viene a los verdes arrecifes.

Dame la mano, Bronwyn, alejémonos
del mar.






THE WAR LORD

(EL SEÑOR DE LA GUERRA)

EEUU, 1965. 120 minutos
Director: Franklin J. Schaffner
Guión: John Collier y Millard Kaufman
Música: Jerome Moross
Fotografía: Russell Methy
Reparto: Charlton Heston (Crisagon de la Cruz), Rosemary Forsyth (Bronwyn)
Richard Boone (Bors), Guy Stockwell (Drago), Maurice Evans (sacerdote),
Nial MacGinnis (Odins), James Farentino (Marc), Henry Wilcoxon (príncipe frisón)
Productora: Universal Pictures






GALERÍA

John Roddam-Spencer Stanhope
1829-1908

OBRA

John Roddam Spencer Stanhope - Andromeda (1)
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John Roddam Spencer Stanhope - Andromeda (2)
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John Roddam Spencer Stanhope - Eve tempted (1)
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John Roddam Spencer Stanhope - Eve tempted (2)
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John Roddam Spencer Stanhope - Flora and the Zephyrs (1)
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John Roddam Spencer Stanhope - Flora and the Zephyrs (2)
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John Roddam Spencer Stanhope - The Birth of Venus (1)
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John Roddam Spencer Stanhope - The Birth of Venus (2)
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John Roddam Spencer Stanhope - The Birth of Venus (2)
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John Roddam Spencer Stanhope - Morgan le Fay
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John Roddam Spencer Stanhope - Our Lady of Watergate
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John Roddam Spencer Stanhope - Rispah, the Daughter of Aiah
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John Roddam Spencer Stanhope - Angel playing violin
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John Roddam Spencer Stanhope - Thoughts of the Past, 1859
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John Roddam Spencer Stanhope - Night, 1878
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John Roddam Spencer Stanhope - The angel Azazel
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John Roddam Spencer Stanhope - The Rescue
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John Roddam Spencer Stanhope - The Vision Of Ezekiel The Valley Of Dry Bones
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John Roddam Spencer Stanhope - Love Betrayed
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John Roddam Spencer Stanhope - Patience On a Monument Smiling at Grief
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John Roddam Spencer Stanhope - Penelope
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John Roddam Spencer Stanhope - The Charcoal Thieves
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John Roddam Spencer Stanhope - The Wine Press, 1864
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John Roddam Spencer Stanhope - Autumn
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John Roddam Spencer Stanhope - Charon and Psyche
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John Roddam Spencer Stanhope - Cupid and Psyche
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John Roddam Spencer Stanhope - Juliet and the Nurse
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John Roddam Spencer Stanhope - Love and the maiden, 1877 (1)
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John Roddam Spencer Stanhope - Love and the maiden, 1877 (1 bis)
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John Roddam Spencer Stanhope - Millpond
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John Roddam Spencer Stanhope - Orpheus and Euridice on the bank of the river Styx. 1878
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John Roddam Spencer Stanhope - Procris and Cephalus
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John Roddam Spencer Stanhope - Robin of Modern Times
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John Roddam Spencer Stanhope - The Expulsion from Eden, 1900 (1)
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John Roddam Spencer Stanhope - The gentle music of a bygone day, 1873
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John Roddam Spencer Stanhope - The labours of Psyche
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John Roddam Spencer Stanhope - The labours of Psyche (bis)
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John Roddam Spencer Stanhope - The Shulamite (2)
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John Roddam Spencer Stanhope - The Shulamite
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John Roddam Spencer Stanhope - The Waters of Lethe by the PLains of Elysium, 1879-80
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John Roddam Spencer Stanhope - The Waters of Lethe by the PLains of Elysium, 1879-80 (alternate)
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John Roddam Spencer Stanhope - The White Rabbit
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John Roddam Spencer Stanhope - Why seek ye the living among the dead_St Luke, 24_v5
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John Roddam Spencer Stanhope - Why seek ye the living among the dead_St Luke, 24_v5
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John Roddam Spencer Stanhope -The washing place
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